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2 de Abril de 2020. Covid Times.

Carta a paciente anónimo.

Quién eres y dónde vives

Hola:

Te quiero contar una historia que he escuchado hoy y que espero que te parezca tan bonita como me lo ha parecido a mí. Sé que estás impaciente, así que voy a empezar primero por la historia y al final te contaré de dónde viene.

La protagonista es Rayya Elias, una mujer americana nacida en Siria, con una vida llena de dificultades y complicaciones como consecuencia de su historia personal y familiar. Una artista (compositora, cantante, escritora ¡y también peluquera!) que pasó por depresiones, adicción a las drogas y problemas con la justicia que la llevaron a entrar y salir de la prisión en varias ocasiones. Una de las condenas fue en Rikers Island, una cárcel en el estado de Nueva York situada en una isla en el río East, entre Queens y el Bronx, que acoge el complejo de prisiones y hospitales psiquiátricos más grande del mundo.

Con los años y su fuerza interior, Rayya consiguió salir de la prisión e incluso rehabilitarse. Lo explica en sus memorias, Harley Loco, en las que cuenta cómo vivió entre dos mundos: su familia tradicional y la América agresiva y abusiva que se encontró, siendo una inmigrante, sin hablar el idioma y con tan solo ocho años.

Como iba diciendo, Rayya se sobrepuso y nunca dejó de fumar hasta que murió de cáncer de páncreas con 58 años. Pero la historia que quiero contarte es que un par de años antes de su muerte, la llamaron de Rikers Island para que fuera a inaugurar la biblioteca que habían habilitado en el módulo de mujeres donde ella había estado cumpliendo condena. La cárcel nunca había tenido biblioteca. Solo contaba con la bondad y la insistencia de un empleado de la biblioteca pública de Nueva York, que aparecía cada tanto con unos cuantos libros que luego se repartían por las celdas de las mujeres. Ahora, finalmente, había un lugar en ese edificio horrible donde las internas podían acudir a leer libros, a refugiarse en ellos, a estar en paz. Rayya iba a dar un discurso en el acto de inauguración de ese pequeño espacio, donde había poquísimos libros, y que sin embargo, era un lugar emocionante e imponente, con rayos de luz que entraban por la ventana.

Una vez allí, junto con algunas autoridades, esperaron a que llegara “una representación de las internas” para empezar -según dijo el responsable del acto. Al cabo de unos minutos, entró un grupo de mujeres vestidas con sus uniformes de presas a las que se presentó como las lectoras más ávidas de la cárcel. No iban esposadas, pero caminaban en fila, con un guardia delante y otro cerrando la línea.

En ese momento Rayya se vio completamente reflejada en esas mujeres. Se vio a sí misma tan solo unos años antes. Este no era un viaje fácil para ella. Era un viaje en el tiempo. Hacía solo dos días, sentada en la salita del médico, le habían comunicado que su cáncer tenía muy mal pronóstico. Solo ella y su pareja sabían que se estaba muriendo. Había preparado cuidadosamente su discurso para la ocasión, pero se quedó paralizada mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. Cogió el discurso y rompió el papel, diciendo que ahora entendía que su mensaje tenía que ser otro.

Mirando a esas mujeres a los ojos, les habló de su paso por Rikers Island, incluso las hizo reír con alguna anécdota sobre cómo sus artes de peluquera le habían conseguido favores durante su tiempo encerrada allí. Compartió su viaje y su dolor. Cómo después de romperse muchas veces consiguió entender que el único lugar donde podía estar a salvo era en su mente, que era en realidad su casa. Y que hasta que su mente no estuviera tranquila, no habría refugio donde esconderse. No había lugar seguro, ni entre rejas ni en la calle, mientras en su cabeza hubiese caos.

Entonces Rayya se puso la mano en el corazón y les dijo: “Esto es quien eres” y luego apuntó a su cabeza: “Y esto es donde vives”.

Les dijo que ese preciso momento en sus vidas era temporal. Que su estancia en Rikers Island era temporal. Que ellas no eran presas en uniforme, que no eran un número de reclusa, sino que eran un nombre.

Tú tampoco eres un número más de los “infectados por el COVID”. Tienes un nombre, gente que te conoce y que está pendiente de ti. Incluso gente que no te conoce y te escribe cartas. Esto que estás viviendo es temporal y mientras tu mente esté tranquila, estás a salvo, estás contigo, estás en casa. Recuerda: tu corazón es quien eres en realidad, más allá de batas, de números y de virus; y tu cabeza es donde vives, un lugar para mantener ordenado, limpio y lleno de luz. Tienes todo lo que necesitas para transitar este momento. Ya estás en casa. No olvides quién eres.

En otra ocasión te cuento más cosas de Rayya y su mujer, Elizabeth Gilbert.

Mandaré esta carta al Hospital del Mar, a la Clínica Corachan en Barcelona y a otros hospitales en España. También la colgaré en mi blog (www.linguisticanimals.com), para ti y para todos, porque es un buen momento para recordar este mensaje. Si quieres comunicarte conmigo, solo tienes que contestar en los comentarios. Me encantará saber cómo te va.

La foto es de las instituciones penitenciarias de Rikers Island, “la cárcel de los horrores de Nueva York”.

Con cariño,

Inés

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